sábado, 25 de agosto de 2007

El primer día de cole


Recuerdo mi primer día de colegio. La calle donde vivíamos olía a gallina, a corral. Era el del vecino, y el trozo de tubo roto del desagüe de su patio, dejaba salir un líquido oscuro que corría calle abajo entre los huecos del asfalto. Las puertas eran grandes, propias de una iglesia antigua mas que de un colegio sucio. Hacía frío, pues ya el otoño estaba avanzado cuando nos mudamos a Porto Cristo, Mallorca. Mi madre me ¨abandonó¨ bajo esas puertas grandes. Caminé solo sin saber donde tenía que detenerme y la perdí de vista. Tenía cuatro años y mi corazón se desgarró por primera vez.

Ese día no paré de llorar, ni siquiera cuando uno de mis nuevos colegas era ridiculizado, pantalones hasta los tobillos, encima de la mesa de la profesora por haber levantado la falda a una niña. Recuerdo que todos hablaban francés. Más adelante descubrí que era catalán; lengua romance al fin. El patio era grande y húmedo, de piedra fría. La campana resonó entre los cuatro muros altos y todos gritaron, supe que mi fatídico día había terminado. Caminé de la mano de mi madre hasta llegar a casa. Nunca el olor a corral ha vuelto a ser tan agradable como aquella tarde.

Veintiséis años después, mi hijo Marcos sobrevivió su primer día de colegio. Algún día me gustaría saber sus recuerdos. Los míos fueron su cara roja, la boca abierta, mientras su llanto y mirada me querían explicar la traición que yo estaba a punto de cometer. Quizá mi madre pensó lo mismo aquella mañana bajo las puertas grandes del colegio. O tal vez, como me ha sucedido a mí, en el primer día de colegio de Marcos, quién sabe si a mi madre también se le desgarró el corazón.